San Manuel Bueno, Mártir (1930) es el clásico por excelencia de la novela corta española. El prolífico autor Miguel de Unamuno consiguió con esta obra una verdadera joya que tiene como mayor virtud su increíble abundancia de temas en tan poca extensión; en la mayoría de las ediciones, no pasa de las 90 páginas.
Unamuno reivindicaba que sus novelas eran algo diferente a lo que se había
hecho hasta ahora, y por eso, prefería que a sus obras de mayor extensión, se las llamase
nivolas y no novelas.
San Manuel Bueno, Mártir justifica esta proposición. Encontramos un relato fresco, vivo y con una riqueza de
personajes y de ambientes difícil de superar.
Es una novela sobre la duda, pero también sobre la identidad, sobre la crisis religiosa, sobre las contradicciones de la vida (un tema recurrente en el autor) y sobre la trascendencia de nuestros actos. Se cuenta la historia de Ángela Carballino, una joven puritana que vive en un pueblo típicamente rural, típicamente opresivo, esclavo del “qué dirán”, dónde todo el mundo lo sabe todo acerca de los demás. Ángela es la narradora y enseguida
nos adentra en la vida de su admirado, el párroco Manuel Bueno, una suerte de persona, despreocupada por sí mismo y altamente preocupada por los que le rodean. Altamente apreciado por los lugareños y rodeado de un aura de santidad, es asaltado por unas dudas espirituales y existenciales que le van transformando en alguien inseguro, ensimismado y hasta arisco.
Como tercer
personaje tenemos a Lázaro, el hermano de Ángela, un ser inestable, dotado de considerable relevancia en el relato, ya que en variadas ocasiones marca el contrapunto, conformando un triángulo de personajes complejo y minuciosamente descrito, a partir de unos brillantes perfilamientos en los comportamientos y formas de ser de los tres mencionados.
Dados los temas que se abarcan en una trama densa y reflexiva, la nota previa al
texto, extraída de una carta de San Pablo, no puede ser más acertada: “Si sólo en esta vida esperamos en Cristo, somos los más miserables de los hombres todos”, refiriéndose sin duda a esta “fe por inercia” en la que se instala Manuel Bueno.
El extraordinario dominio unamuniano de los registros del lenguaje, de los niveles léxicos según la escala social, la convierte en una novela de lectura fluida y hasta placentera. El contraste entre el estilo elegante pero coloquial de la narración con los diálogos puramente cotidianos, pueblerinos y de gran realismo, resulta ciertamente delicioso, si bien ha envejecido rápidamente por tratarse de un contexto histórico ya arcaico, retratando un estilo de vida rural y conservadurista próximo al mostrado por
Lorca en
La Casa de Bernarda Alba.